jueves, 5 de marzo de 2009

EL PAPEL DEL ESPEJO EN LA HISTORIA


Desde hace por lo menos veinticinco siglos al más antiguo instrumento de la óptica se le atribuye la amplificación de una multiplicidad de poderes físicos y simbólicos.
El espejo ocupa un lugar importante en la mitología y las supersticiones de muchos pueblos. La imagen que en él se refleja se identifica a menudo con el alma o espíritu de la persona: de ahí por ejemplo que los vampiros, cuerpos sin alma, no se reflejen en él. Cuando un moribundo está a punto de dejar este mundo, es común que se cubran los espejos, por temor a que el alma del agonizante quede encerrada en ellos.

El espejo se concibe, así, como ventana al mundo de los espíritus. El espejo es también objeto frecuente de consulta: se le juzga capaz de mostrar sucesos y objetos distantes en el tiempo o el espacio. En el cuento de Blancanieves, el espejo tiene la facultad de hablar y responde a las preguntas que le formula la madrastra. En la novela Harry Potter y la piedra filosofal, de J. K. Rowling, aparece el espejo OESED (DESEO leído a la inversa), que no refleja la imagen de quien lo contempla, sino sus deseos más profundos.

Si bien el espejo transparente es una conquista tardía en la historia de la cultura, los antiguos contaban con un metal pulido que cumplía las mismas funciones que el espejo contemporáneo. Sócrates recomendaba el uso del espejo a sus discípulos para que, si eran hermosos, se hicieran moralmente dignos de su belleza, y, si eran feos, lo ocultaran mediante el cultivo de su espíritu. No obstante, en la Grecia antigua el espejo era considerado un instrumento estrictamente femenino.

La imagen femenina paradigmática del esquema mítico muestra a Afrodita, diosa del amor, sosteniendo un espejo en una de sus manos;
Las representaciones antiguas del espejo evidentemente dan cuenta de una mirada masculina sobre el universo de las mujeres. Aristóteles afirmó que durante la menstruación la mujer que se contempla en el espejo ve reflejada una nube sangrienta.
El ciudadano griego encontraba en el espejo una prolongación del cuerpo de la mujer joven.
Para los griegos el espejo aparecía también como un productor de falsas apariencias; por tanto, las metáforas que se valen de su imagen no fueron asociadas al conocimiento de sí. Será Séneca quien siglos más tarde afirmó que los espejos fueron inventados para que el hombre se conociera a sí mismo.


Séneca relató cómo su contemporáneo Hostius Quadra -verdadero precursor de mecanismos mucho más sofisticados- recorría los baños públicos con un juego de espejos cóncavos y convexos que le permitían mirarse el trasero y acrecentar su apetito sexual mediante el agrandamiento de las distintas partes del cuerpo, propias o ajenas.
El mito de Narciso concentra prácticamente todos los motivos de la metáfora del espejo como emblema identitario.

Para Frontisi-Ducroux el mito refleja la imposibilidad de construir la identidad masculina en el espejo, es decir, en la reflexividad exclusiva de la belleza.
Los espejos como utensilios de tocador y objeto manual fueron muy usados en las civilizaciones egipcia, griega, etrusca y romana.
Se elaboraban siempre con metal bruñido, generalmente cobre, plata o bronce, a este proceso se le conoce como plateo.

El espejo, como mueble de habitación, empieza con el siglo XVI, pues aunque durante los dos siglos anteriores se citan algunos ejemplares históricos apenas era conocido y su uso era poco corriente. En dicho siglo, se presenta con marco elegante y pie artístico y ocupa lugar distinguido en el salón como objeto movible y de dimensiones reducidas. Hacia fines del siglo XVII las fábricas venecianas logran construir espejos de gran tamaño y desde entonces sirven como objetos singularmente decorativos en los salones, en los que ocupan un lugar destacado.
Los espejos modernos consisten de una delgada capa de plata o aluminio depositado sobre una plancha de vidrio, la cual protege el metal y hace al espejo más duradero.

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